Con motivo de una noticia que decía que habían encontrado, en una casa de apuestas ilegal, a un jubilado que había matado a un ladrón que había intentado asaltarlo, pregunté, en un comentario, por qué el anciano estaba libre. Nada más que eso. Solo quería saber el accionar procesal de la Justicia. Es decir, si había sido absuelto por legítima defensa o si estaba en su casa bajo arresto domiciliario por su edad.
Esperaba una respuesta, al menos, una, racional, que manifestara un conocimiento mínimo del hecho y de la ley. Solo eso. No pedía que me dijeran “¡qué gran pregunta hiciste!” ni nada por el estilo.
En cambio, decenas de personas me agredieron. En cinco minutos, muchos usuarios me insultaron a mí y a mi familia, me acusaron de defender una ideología, me dijeron que era un troll. No conforme con eso, ¡hasta revisaron mis redes sociales y me endilgaron mis capacidades de periodista de investigación (sin siquiera ver que dice “investigación histórica”, que es una de mis especialidades).
El problema no es, simplemente, que demasiadas personas se esconden en el anonimato o la abstracción de un usuario para descargar su furia sino que no sabe leer. Existe un preocupante analfabetismo interpretativo que sencillamente cree que los demás dicen lo que su mente distorsiona y en su contra, es decir, también sostienen, como forma de vida, un gratuito sentido conspirativo, quizá como justificativo de su agresividad.
Como pasa con los témpanos, lo que se ve es lo más pequeño. Mucho más grande y peligroso es lo que se esconde detrás de esta catarata de odio. Sospecho, con dolor, que hay demasiada gente sin felicidad, con pésimas relaciones personales, con gran disgusto por su trabajo y con mucho tiempo libre desperdiciado. Es una pena que alguien se sienta satisfecho por agredir.
Las redes sociales no son malas ni buenas, porque los instrumentos, los medios, no son morales en sí mismos. Un revólver no es malo ni bueno sino su usuario. Así como unen, sirven a comunidades, transmiten información y formación, lamentablemente, también las redes trasudan prejuicios y enojos.
Desde que el ser humano existe jamás ha tenido la oportunidad actual de contactarse tan fácilmente entre sí, sin importar distancias, fronteras, ni economías. En vez de aprovechar esta riqueza, muchos prefieren insultar y agredir. Si no tienen respuesta a una pregunta, lo mejor es callarse, no comentar. Si quieren dar opiniones, una pregunta no es el lugar adecuado, sobre todo, cuando está formulada neutralmente y solo espera una respuesta limitada, sensata y basada en datos.