En 2015, gracias a la gestión de mi amigo Diego, ingresé, por primera vez en mi vida, a trabajar en el Estado Nacional. Había hecho algún trabajo específico, como un mapa de pesca de la Argentina en 2001, pero como personal externo. Esta vez el desafío tomaba formas periodísticas muy interesantes.
Mi labor más específica estaba destinada a producir los videos que el Estados realizaba para ayudar al trabajo de ONGs e instituciones de bien público. Como muchas de ellas eran religiosas y mi amigo sabía que yo me había recibido, en 1991, de máster en teología por el Seminario Teológico Bautista (Buenos Aires). consideró que era la persona clave.
Así, entonces, tuve el privilegio de colaborar con instituciones evangélicas, pero también católicas y judías, todas con un objetivo común: ayudar el prójimo. Esta tarea me deparó hermosos viajes a Rosario y Corrientes, por ejemplo. Con el cambio de signo partidario, el PRO decidió orientar mi trabajo hacia coproducciones con universidades de Europa y videos para las provincias, con lo cual seguí otro rumbo, también muy interesante, ahora con viajes a Corrientes, Neuquén, Río Negro y La Rioja, entre otros lugares.
Lamentablemente, pocos meses después se cerró el área y quedé, nuevamente, en la calle, experiencia a la que este país me tiene ya casi acostumbrado con mis 41 años de periodista profesional. En la foto les muestro mi debut con el Estado: en una de las villas del Bajo Flores, una parroquia católica presentaba un espectáculo musical y de cine. Para realizar la producción para un audiovisual, es decir, originar notas e imágenes, me asignaron un camarógrafo y un ayudante: Pablo y Jesús. Con esos nombres, mejor no podía empezar.