“Néstor, tenés que hacer todos los trámites para que viajen los periodistas de Rivadavia a España para el Mundial de Fútbol”, me dijo mi jefe, Dante Zavatarelli. Ahí conocí que Roberto Ayala se llamaba Mario Wolinsky Kanski (quizá le erro a alguna letra), Roberto Rinaldi era Cohen, Tito Junco era Alberto Judcovski…
Más alegre que este trámite y este chusmerío tardío fue enterarme de que, como los torneos de ascenso no se suspendían por el magno evento de España, iban a elevarme de categoría: así me tocaría ir a la comodidad del Deportivo Español o de Defensores de Belgrano.
Tiempo antes del Mundial, el domingo 21 de febrero de 1982, debuté. Para prepararnos a los que nos quedaríamos en Argentina, nos empezaron a enviar a los partidos de Primera a grabar notas para La Oral Deportiva. La emoción que tuve cuando me vi designado para esta tarea del domingo es solo comparable a la desesperación cuando me di cuenta de que no tenía grabador. Y era viernes.
Una amiga me prestó un mamotreto, que llevaba como tres pilas grandes. Y me fui bien temprano al Ducó a trabajar en Huracán vs Rosario Central. Ganó el local 2 a 1. En vestuarios encaré a Romero y Maragoni de Huracán, y a Angel Tulio Zof, DT visitante. Me tomé el 118 cuidando mi material más que mi vida.
Bajé en Pueyrredón y Arenales. Dejé el casete etiquetado. Me tomé el 150 a Retiro y el tren a mi casa en Boulogne. Cuando la formación dejaba la Capital Federal escuché que Carlos Alberto decía algo como: “Vamos a escuchar el primer testimonio que recogió nuestro compañero Néstor Saavedra desde la cancha de Hur…” Temblé. Me estremecí.
Mi voz, con 18 años, por LS5. Cristiano por convicción, levanté mis ojos al cielo, al techo del tren, digamos, y di gracias por tanto. La misma radio que devoraba con sueños hoy me alojaba con realidades.
Foto: sobre donde estaba la credencial de Huracán, escrito por Alberto Citro, coordinador de las transmisiones de Rivadavia