La puerta antes de llegar a Radio Rivadavia yendo desde Pueyrredón desembocaba en una escalera quejumbrosa. Un pequeño recinto también desembocaba en un hombre mayor quejumbroso. Tenía en la oficina las paredes revocadas con papeles con los listados de los partidos del fin de semana. Cada partido tenía escrito al costado el periodista (o varios) que lo cubrirían.
La lista de Primera B yo la podía anticipar, porque devoraba desde hacía unos 10 años las transmisiones de Jorge Bullrich. Sabía qué partido le iban a dar a Eugenio Tesore, Atilio Pozzobón, Héctor Sanz, Diego Castro, Tito Junco, Norberto González, Carlos Hugo Menéndez, Mario Serafini, etc. En la lista de Primera C, desde el 6 de marzo de 1981 y durante tres años, estuvo mi nombre.
Como todo novato, a pagar derecho de piso, es decir, canchas sin teléfono, incómodas con respecto a mi hogar en Boulogne, partido de San Isidro. Ya les contaré algunas anécdotas de las muchas de estos estadios sin cabina, perdón, sin tribuna también.
De todos modos me había preparado sin quererlo: papá era DT de equipos de ligas comerciales y esta adolescente lo acompañaba papel y lapicera en mano, tomaba nota de los equipos, árbitros, me paraba en el medio de la cancha entre los bancos y jugaba a que era un comentarista de Bullich. Entonces, por ejemplo, cuando el “Negro” decía “Cancha de Tigre, Diego Casto”, yo, para mis adentros, respondía, por ejemplo: “18 minutos del primer tiempo, Club Villa Adelina 1 Tandanor 0, partido mediocre”.
El hombre que designaba los partidos era un exlocutor y actor, de larga actuación en Rivadavia, incluso en la faz comercial de los primeros tiempos de José María Muñoz: Alberto Citro. Hablaba poco. Miraba la lista. Sacaba un sobre y te lo daba con la credencial adentro: cada club daba una cantidad de credenciales a cada medio.
Un día conocí allí a un muchacho que venía a buscar su acreditación. Locuaz, divertido, traía facturas o algo para Citro. Miré el nombre y era un tal Marcelo Tinelli.
Tuve una ventaja con don Alberto: a los 18 años me encantaba charlas con ancianos y preguntarles de las viejas décadas. Un día me contó algo inolvidable, vinculado a un actor francés de enorme fama mundial que visitaba Argentina. Citro trabajaba con él.
“El tipo hacía dos obras: en una, un papel largo, esmerado, terrible, conmovedor; el teatro lo aplaudía de pie. En la otra, entraba y decía: ´la mesa está servida´. La gente también lo ovacionaba. El que tiene vocación para un trabajo no necesita grandes cosas”. No me lo olvido, don Alberto, no me lo olvido.
Foto: “mi retrato”, hecho en esa época, por Eduardo Mallaina, compañero de mi padre en el Ferrocarril Belgrano.