Sin lugar a dudas (apuesto lo que sea) soy el periodista de deportes al aire libre que tiene más viajes en micro que cualquier otro. La deducción es simple: llevo 41 años en esta profesión, durante los cuales tuve auto ¡cinco meses! Fue en 1999 cuando, por el bendito uno a uno, compré un Fiat Uno gasolero 0 km el 26 de mayo.
El 16 de octubre siguiente, volviendo de hacer una nota de pesca en San Pedro con el fotógrafo Jorge Rivero, un colectivo fuera de línea, que venía a una manifestación de Duhalde, me encerró en la Panamericana a la altura de Campana. El auto, que venía a 120 km/h, quedó cruzado: el colectivo empujaba el lateral derecho del Fiat. En ese milisegundo pensé que nos pasaba por encima o que nos soltaría e iríamos dando tumbos hasta cualquier lado. No pasó nada de ello.
Dios obró un nuevo milagro en mi vida. El auto se desprendió, dio un giro por las dos manos de la autopista y quedó estacionado en la banquina. Se rompió todo el costado, pero ninguno de los dos ocupantes nos hicimos nada. Salvo en mi caso una lesión de por vida: jamás volví a manejar.
Antes y después de este episodio realicé miles de viajes en tren, micro, avión, avioneta, subte, lancha y hasta helicóptero. En micro fueron muchísimos, porque es el medio más desarrollado en nuestro país y, además, trabajé diez años para una empresa que hacía las revistas de a bordo de la empresa Flecha Bus, algo muy conveniente para mí, ya que esta línea cubre los principales lugares de pesca del Litoral y la Mesopotamia.
Gracias a Dios, nunca tuve ningún accidente. ¿Anécdotas? Muchas. Desde horas parados por la niebla hasta un viaje de 26 horas de Buenos Aires a Goya por un empantamiento. Ya se las contaré otro día. Hoy, la foto, tomada precisamente por Jorge Rivero, refleja un momento histórico (del transporte de pasajeros y mío): la inauguración o uno de los primeros viajes de un coche cama, en este caso de la empresa Singer en Posadas, Misiones.
Nos parecía increíble la comodidad que ofrecía. Hoy día, para viajes de más de cinco o seis horas no acepto otra oferta menor. Sin embargo, en mi viaje de egresados de la secundaria (1980) fui a Bariloche sin baño, con lo cual solo pudimos orinar en Trenque Lauquen y Neuquén. Hoy, es impensado.