Entre 1990, cuando precisamente hice mi primera nota de pesca, y 1998, que ingresé full time en la revista Aire y Sol, sostuve la economía del hogar trabajando como tipeador y corrector en la editorial Kairos. Fueron años de grandes cambios: me casé, me mudé, tuve mis únicos dos hijos…
Los esposos Padilla, directores de Kairos, fueron excelentes, al punto que terminaron vendiéndome el departamento por leasing a un precio irrisorio. La señora Catalina de Padilla fue una jefa de esas que uno siempre quiere tener: minuciosa y exigente correctora, dominaba tres o cuatro idiomas; profesora de griego, como yo, compartimos muchas inquietudes del idioma y hasta me permitió hacer uno de los trabajos más lindos y delicados: corregir la traducción al castellano de parte de una de las últimas versiones de la Biblia.
En esta foto del escritorio de Kairós hay mucho de mi vida, ya que desarrollé toda mi profesión vinculado a la escritura: los diccionarios, los libros, papeles impresos, un floppy (dispositivo donde se alojaban, primitivamente, los archivos y programas de computadora), mi maletín, el teléfono, el café con leche y las galletitas Lincoln.
Detrás puede verse parte de la computadora: por ese entonces traía dos ranuras y, en una ponías el programa (Word Perfect 4.2) y, en la otra, un floppy donde guardabas lo que ibas tipeando o corrigiendo. Mi primer trabajo fue tipear un larguísmo comentario de más de mil páginas del libro bíblico de Jeremías. Estaba todo escrito a máquina y tuve que digitalizarlo.
Apps, celulares, IA, todo me sorpende hoy día en una carrera que comenzó con leves avances técnicos y hoy cuenta con herramientas increíbles. Ah, eso, sí, la pasión es la misma.