Jamás se me había ocurrido. Años y años oyendo a José María Muñoz y, desde 1984, a Víctor Hugo, ni lo había soñado. Jorge Bullrich cada sábado y Juan Carlos Morales en muchas transmisiones eran otros descriptores de emociones por radio Rivadavia. Carlos Parnisari, Yiyo Arangio, Miguel Ángel De Renzis y, uno que me gustaba mucho y se retiró temprano, Ricardo Podestá, eran las voces de la infidelidad, toda vez que LS 5 no relataba a mis equipos preferidos.
Jamás pensé que un día los iba a recordar tanto como aquella jornada del Torneo de Primera de 1994/95.
Desde hacía un par de años trabajaba en Prensa de Platense. El ingreso fue curioso. Como vivía a 10 cuadras de la cancha, iba seguido a hacer notas para el periódico La Ribera, de Vicente López. El jefe de Prensa del club, Héctor Abdala, cuyo nombre, con justicia, hoy lleva el sector para periodistas del estadio, me dijo:
– ¿Querés trabajar en Prensa?
– Le agradezco, pero está equivocado: no soy hincha de Platense.
– No necesito un hincha. Si lo quisiera, me sobran. Preciso un periodista.
Y así empecé a colaborar con un grupo muy ameno, que me permitían todas las neutralidades que ellos no estaban dispuestos a realizar, como ser la voz del estadio un día en que Armenio fue local en Vicente López frente al “impronunciable”, Tigre, equipo que era mi preferido en el ascenso.
Trabajando para Prensa empecé a colaborar con una FM que le seguía la campaña a Platense. Yo iba a todos los estadios: Córdoba, Rosario… Hasta que llegó el viaje más largo de todos, Jujuy.
Los muchachos no recaudaban para tomar el avión y, como yo había decidido pagarme el viaje, entonces, me dieron un celular con su cargador (todo era un mamotrero del tamaño de una caja de zapatos) y me pidieron que relatara.
Volé hasta Tucumán, donde me alojé en casa de amigos y, de paso, vi San Martín ante All Boys, para alimentar mi pasión de conocer canchas (llegué a 63) y, al otro día tomé el micro a San Salvador.
Al pasar por Salta, al estilo de una vieja publicidad, llamé desde el ómnibus a mi madre sabiendo que, como buen domingo, mi familia se reunía en su casa. Y le describí con profunda emoción el paisaje que veía, anonadado por ese avance técnico que me permitía relatar desde casi cualquier lado.
En Jujuy me esperaba el único (literal) hincha calamar: se había radicado allí por trabajo y fue mi comentarista improvisado. Si bien Platense perdió 2 a 0 y no pude cantar ningún gol, tuve un raro privilegio: la otra FM que relataba al “marrón” transmitía por línea telefónica y, durante los primeros veinte minutos, no salió al aire por un corte. Todo ese tiempo cualquier hincha que quisiera palpitar el partido no tenía otra solución que aguantar a este novato sin técnica y con fea voz que, por ende, jamás repetiría semejante osadía en su vida.